Muchas veces los muros de contención psíquicos para defenderse de un dolor emocional se convierten en claustros para lo femenino creativo y la propia piel se vivencia entonces como barrotes.
ALICIA
Volver al cuerpo en defensa propia:
Casi siempre cuando una persona llega al consultorio estoy atenta y receptiva no sólo a sus discursos mentales y físicos, sino también procuro contactar las imágenes que en mi interior emergen y que quizá más adelante, pasaran a ser algún material útil en la terapia. Esto lo hago con desprendimiento, no me hace seguir ninguna ruta, sino que desde la función de mi intuición, recibo un dato en el fondo, que puede emerger como figura, o no. Con Alicia, llegaba la imagen de una cárcel.
-«Tengo mucho miedo, me siento muy cansada porque no soy capaz de parar de trabajar»-, decía mientras se frotaba las manos como si tuviera mucho frío, cuando la temperatura ese día estaba particularmente alta.
Al invitarla a amplificar e intensificar el movimiento de sus manos, Alicia me miró como cuando a alguien se le pide una misión imposible e inmediatamente cesó el movimiento. ¿Qué le producía tanto frío? ¿qué movimiento frenético necesitaba su alma para sentir calidez? ¿De qué realmente tenía miedo?
A sus 35 años empezaba a experimentar cansancio extremo, según ella asociado a las extensas jornadas laborales desempeñándose como abogada en una firma.
«Me he casado con el trabajo, no tengo pareja, tengo pocos amigos y estoy aterrada de sentir que no puedo parar, no sé cómo hacerlo y este trabajo se me está convirtiendo en un verdugo».
«No poder parar» y «estar aterrada», empezaron a ser pautas para poco a poco ir descubriendo sus tendencias adictivas.
«El verdugo» estaba por descubrirse, muy seguramente no era su trabajo.
Son muchos los personajes psíquicos inconscientes involucrados en las vivencias humanas y que suelen ser proyectados en personas o situaciones externas. Identificar estas proyecciones y nombrar estos personajes es un camino necesario para acercarse de nuevo a lo que llamo el «yo más íntimo», y habitarlo en el cuerpo.
En Alicia se estaba haciendo muy necesario identificar ese verdugo que la estaba dejando sin aliento.
Ella no duerme bien, trabaja de más, hace mucho, pero se mueve poco, es decir, a pesar de sus constantes actividades, su cuerpo no posee la vitalidad que proveen los movimientos naturales de la vida: comer, dormir, caminar, hablar, ¿amar? El placer es un asunto absolutamente esquivo y padece de fuertes dolores de cabeza. Ante tal desconexión mi propuesta inicial fue ir poco a poco hacia niveles de profundización a través del movimiento; moverse para verse, para volver a sentirse y tratar de conectar con otros personajes psíquicos que pudiesen ser «guías interiores» en el propósito de cambiar el ritmo frenético de las demandas externas y de los valores de hiperproductividad muy reforzados en nuestra cultura.
Por supuesto, su reacción fue de nuevo el terror y mucha ansiedad frente a una propuesta que toca territorios de dolor, de sombra y desconocimiento, pero acompañada también de esa curiosidad de mujer que «quiere saber», que siente que sí hay algo esperando por ella, que es posible intentarlo, y sobre todo, la urgencia de un espacio a salvo para descansar.
En mi experiencia en el trabajo con mujeres he observado cómo los ciclos del cuerpo femenino, (ovulación, menstruación, embarazo, parto, menopausia) constituyen momentos del desarrollo muchas veces vividos como traumas, dejando huellas físicas y anímicas muy hondas; sin embargo, también he podido constatar cómo una nueva conexión más consciente con estos ciclos, asumidos como ritmos presentes y aliados, posibilita el despertar de la verdadera naturaleza femenina. Alicia lo nombraba así:
«cumplir 35 años me ha hecho volver a sentirme como de 28, pero con el cansancio de un cuerpo de 70»; por ello esta labor con el cuerpo psíquico y sus movimientos cíclicos, requiere mucha paciencia, atención y cuidado del alma femenina, teniendo en cuenta un espectro mucho más amplio que el cronológico.
Así que una posible ruta a seguir sería:
Revisión de la historia personal. Los complejos.
Identificación de los ciclos viciosos. Obsesión y adicción. Lo arquetípico.
Aceptar al cuerpo como suelo seguro para la expresión de sus emociones. Lo simbólico.
Identificar y expresar emociones anquilosadas, volver a habitar el cuerpo. Lo expresivo.
Moverse física y psíquicamente. La posibilidad de transformación y cambio.
Pocos meses después de iniciar el proceso de movimiento corporal, Alicia llega con fuertes síntomas de alergia, y a la vez nombrando la disminución de los dolores de cabeza. Su energía psíquica atrapada en los ritmos obsesivos empezaba a moverse, revelarse y quizá también a rebelarse de su «verdugo».
En sus movimientos primaban formas de defensa personal, muchos movimientos asociados a las artes marciales se dejaban ver a la invitación de conectar la imagen, la emoción y el movimiento físico.
¿De qué se defiende Alicia?.
Esta pregunta fue brújula durante varias sesiones, el proceso alérgico se exacerbó al punto de tener que incapacitarse de su trabajo y «bajar el ritmo».
Este límite «impuesto» por la enfermedad nos condujo a reflexionar sobre el tema de los límites:
«Siento que no sé poner límites externos, y eso me hace sentir muy frágil y por eso busco defenderme».
Sus movimientos pasaron de ser automáticos y repetitivos a ser más refinados y con mayores pausas. La alergia fue dando paso a una mayor sensibilización, y durante el período que estuvo incapacitada logró darse cuenta de que no se trataba sólo de las responsabilidades laborales, sino que algo en ella hacía el papel de verdugo implacable, limitando su expresión natural y la satisfacción de sus reales necesidades. Así, Alicia se fue dando cuenta de la dificultad que tenía para poner límites externos y cómo sí había desarrollado unos fuertes límites consigo misma que se le convirtieron en una prisión.
Este dolor emocional se hizo por fin evidente trayendo recuerdos de experiencias en su desarrollo relacionadas con las formas de interiorizar las expectativas puestas en ella de sus padres y especialmente una relación muy compleja con su madre de 70 años.
En este momento su energía psíquica se movía en defensa propia, en defensa de su yo más íntimo y genuino, más adelante en las sesiones de movimiento consciente aparecería un gesto simbólico que revelara este aspecto y que le sirviera a su vez, como pauta creativa para encarar y ponerle límites a su tendencia adictiva, pero para ello tendríamos primero que escuchar y recibir sus dolores de niña, su rebeldía adolescente no expresada y ahora, los ritmos más sinuosos y lentos de su mujer adulta. Por fortuna, su «guía interior» ya estaba apareciendo.