Este año en Medellín la Fiesta del Libro y la Cultura tiene como protagonistas a las mujeres. Me es inevitable entonces pensar en el fenómeno de la escritura femenina y los enormes desafíos experimentados para su visibilidad y reconocimiento durante la historia.
¿Puede ser una fiesta para las mujeres escribir y leer?
Pensando acerca de esto, recordé un pequeño y precioso texto leído hace unos años sobre la escritura de Virginia Woolf, una mujer quien no sólo se destacó por su grandiosa producción literaria, sino también por su capacidad para pensar seriamente en el acto de crear obra escrita.
Siento una profunda admiración por los escritores (mujeres y hombres) al igual que por quienes hacen música; creo que cada escritora posee una forma muy pura y particular, sea consciente o no, de relacionarse con sus textos.
En este corto, pero sustancioso libro de Federico Sabatini, logré un poco entrever los matices inquietantes del pensar y reflexionar de Virginia Woolf sobre su escritura, su tiempo y el enorme trabajo de autocrítica desvelado en los extractos y citas de sus cartas hacia sus amigos más cercanos, colegas y editores. Las cartas, de gran agudeza, nos van dejando una comprensión sobre la importancia del diálogo establecido entre ella y sus lectores; un diálogo honesto y muchas veces sarcástico.
La autopercepción llevada a la literatura es una cualidad que valoro mucho y al cerrar el libro me sentía muy lejos, muy lejana del acto de escribir. Tendré que continuar. Leer, leer y releer. Escribir y profundizar para algún día encontrar “la perla”. Además de una “habitación propia” se requiere de una conexión continua con el acto creador, tan presente, tan esquivo, tan placentero, tan doloroso.
Presten atención a lo que sigue que es precioso:
“Mañana recibiré una carta de Ethel, me vestiré despacio, me entretendré charlando, oiré hablar del funeral (…) oleré una rosa roja, cruzaré deprisa el césped (me muevo como si llevase una cesta de huevos encima de la cabeza), encenderé un cigarrillo, me pondré la tabla de escribir sobre las rodillas y me dejaré caer, como un buzo, con mucho cuidado hasta la última frase que escribí ayer. Quizá, entonces, cuando hayan pasado veinte minutos, o puede que más, veré una luz en las profundidades del mar y me acercaré furtivamente… porque nuestras frases son sólo aproximaciones, una red que se lanza sobre una perla marina que puede desvanecerse y que, si se saca a la superficie, no se parecerá en nada a la que era cuando la vi debajo del mar”. -A Ethel Smyth 28 de sept. 1930