El cuerpo en movimiento.

El movimiento en la psicoterapia:

La construcción y cruce de un puente entre la conciencia y lo inconsciente:

Son muchas las aplicaciones del movimiento en la psicoterapia.  Existe un gran abanico de técnicas, métodos y modelos, según las diferentes concepciones teóricas y sobre todo según los terapeutas y sus estilos.   Mi construcción se basa en un proceso muy íntimo al irme despojando de lo ajeno e ir acercándome a formas más genuinas de movimientos y de práctica clínica.  Una escucha prolongada de las voces de mi cuerpo y una exploración de los territorios de mi vida psíquica de la mano de la psicología analítica, junto con la observación de los pacientes y sus vivencias.

En el análisis Junguiano, por ejemplo, se aplica el movimiento como una forma de imaginación activa, método desarrollado por Jung para establecer contacto con los contenidos del inconsciente mediante practicas expresivas como la escritura, poesía, el trabajo con la arcilla, la escultura, el dibujo, la pintura o la danza; facilitando la activación de la función trascendente.[1]

Después del baño. Sorolla

De esta manera, el movimiento utilizado en psicoterapia no es sólo una vía catártica, es más bien un Puente, es decir, un medio que permite relacionar y comunicar los contenidos del inconsciente y la consciencia.

Un puente es un espacio para transitar, para ir de un extremo a otro, acercando los opuestos; comunica y permite la comunicación entre polaridades.  Esta es una labor continua en la psicoterapia.  Por este espacio y camino de enlace pueden transitar entonces, sueños, síntomas, fantasías, recuerdos, toda la gama de emociones, imágenes, conflictos e inspiración.  Estos contenidos van y vienen, es decir, emergen del inconsciente acercándose a la consciencia y se simbolizan en gesto, vibración, respiración; al mismo tiempo que la consciencia se acerca a los sustratos más profundos de la psique alimentándose de éstos para ampliarse, expandirse, generando nuevas actitudes ante la vida y en muchas ocasiones, creatividad puesta al servicio del alma propia y del mundo.  Es de alguna manera, como si a través del movimiento pudiéramos activar una memoria del eslabón existente entre lo tangible y lo intangible, entre lo imaginado y lo concreto.  Muchas personas parecen no necesitar de movimiento para ingresar en esos planos de unidad o para abrirse a su inconsciente, con la imaginación les basta o con otras técnicas expresivas.  Yo he encontrado en labor con el movimiento un cauce apropiado para el constante fluir de la energía psíquica que se hace símbolo en el alma y vitalidad en el cuerpo físico.

Recuerdo por ejemplo una mujer que durante una sesión de trabajo me dijo:

 –«siempre pensé que era muy sedentaria, que no necesitaba sino de las ideas en mi mente para estar en el mundo, ahora con este movimiento (refiriéndose a una forma de «pararse» encontrada durante la terapia) siempre recuerdo que esas ideas son la misma energía circulando por mi cuerpo y la que me motiva a levantarme en las mañanas».

Moverse, danzar en psicoterapia para expresar y expresarse a través del inconsciente, pero sobre todo, escuchar ese movimiento, sentirse EN movimiento es un proceso que  vincula  la consciencia de estar vivos , la capacidad para responder en el mundo exterior, y a la vez reconocer y relacionarnos con esas fuerzas que, palpitando desde el interior,  tienen mucho para  decirnos.

 La imaginación activa a través de movimiento posibilita ir al encuentro de esa interioridad, permite la profundidad en la experiencia corporal acercando también las formas del cuerpo físico con el cuerpo psíquico, con esa conformación de imágenes y emociones alrededor de una identidad.

Construir este puente poco tiene que ver con arduos esfuerzos físicos o con el aprendizaje de movimientos estereotipados, todo lo contrario, es más una atención y receptividad continua para ser testigos de la emergencia del movimiento y emprender una relación psicológica con el cuerpo, concebido no como una máquina, ni un instrumento, sino como una topografía del alma.

Esta enorme dificultad de experimentar conscientemente el cuerpo físico y conectar el cuerpo psíquico se me hacía muy evidente cuando impartía clases de danza a mujeres interesadas en aprender una forma de baile.  Sus cuerpos muy desconectados de la sensación narraban historias que su ego consciente no quería contar y en muchas otras ocasiones sin proponérnoslo, emergían emociones muy distintas a la alegría generalmente asociada a la danza; el cuerpo emocional pedía a gritos una forma de expresión, un contenedor vital para tanta alma. 

Así fue cambiando mi interés sobre el mundo de la danza paralelo a mi formación como psicóloga y mi propio proceso terapéutico; pasé de enseñar técnicas y pasos de baile a Escuchar, Recibir y Atender los movimientos del alma.   Fui construyendo mi puente, suficientemente sólido para sostenerme frente al abismo del no saber del inconsciente y suficientemente amplio para recorrer a través de diferentes ritmos los movimientos de la existencia, con vitalidad  y paso a paso.

Son muchos los bailarines, terapeutas, coreógrafos, pioneros y maestros en el arte de curar a través del movimiento que han contribuido con sus vidas y obras a la creación de este puente que deviene en umbral y camino:  Isadora Duncan, Doris Humphry, Anna Halprin,  Jill Sonke Henderson, Rudolf Laban, Gabriell Roth, Mary Whitehouse, Joan Chodorow, Marion Woodman, Carolyn Grant Fay.  Con ellos he aprendido que en el corazón de la cultura está la danza, en el corazón de la danza está el movimiento, y en el corazón del movimiento está la vida.

[1] «Función psíquica que surge de la tensión entre la consciencia y el inconsciente, y que mantiene su unión». Daryl Sharp. Lexicon Junguiano.

Paul Chabás

Movimientos vitales:

Los movimientos vitales son todos aquellos movimientos naturales y aprendidos que nuestro cuerpo requiere para una óptima circulación de la energía vital. 

Todo aquello que tiene vida se mueve y si ese movimiento está acompañado de intención consciente, entonces nutrirá y armonizará lo viviente.  El cuerpo humano está diseñado para el movimiento, y éste es tan importante como el respirar.

Muchas prácticas corporales como la yoga, el Chi kung, los ejercicios bioenergéticos y algunos tipos de danza, coinciden con la necesidad de soltar, relajar, flexibilizar, alongar, aflojar, zonas específicas del cuerpo que están ligadas a nuestras mitologías personales o a nuestras historias de vida. Además de los órganos físicos que son estimulados por ciertas posturas y movimientos, las emociones y contenidos inconscientes inscritos en nuestro cuerpo, son depurados permitiendo así más conciencia y vitalidad.

El cuello, los hombros y espalda, la quijada y la pelvis son territorios corporales muy afectados por las tensiones y cargas, éstos mediante una labor de descongestión, mirada amorosa y por supuesto movimiento consciente, pueden transformarse en terrenos abiertos a experiencias más placenteras y completas. Por ejemplo, en mi trabajo con mujeres, he podido observar cómo el desbloqueo pélvico ayuda a incrementar los sentimientos y sensaciones de liberación; rompe “cinturones de castidad”, pone en jaque las exigencias sociales del “parecer”, aparentar (estereotipo femenino) y sobre todo permite que el flujo energético recorra armónicamente en expresión y aceptación de la sexualidad.

Es una tarea interesante emprender la búsqueda de esos movimientos vitales particulares. Observarse, preguntarse por las necesidades del cuerpo, y rastrear las emociones son guías para hallar el movimiento preciso, en el momento justo que puede ser desde un gran bostezo hasta una ardua y vivificante clase de danza.

Vuelve, vuelve al movimiento… que tus ojos se apoyen en tu cuello al mirar al cielo. Que tus hombros no carguen pesares y tus pies se planten con fuerza abriendo confiada tu pelvis para recibir y dar vida.