ENTRE DIOSES, BAILES Y OJOS… LA HISTORIA DE LA MIRADA

El año pasado tuve la oportunidad de asistir a una exposición del fotógrafo Mat Jacob sobre la insurrección zapatista en México.  Imágenes impactantes, precioso registro sobre las peripecias y lucha del grupo indigenista mexicano de la mano de uno de sus reconocidos líderes: el subcomandante Marcos; personaje misterioso, reconocido también por sus dotes y escritos literarios, como el de «los relatos del viejo Antonio» en donde me encontré con esta joya que les compartiré a propósito de la habilidad, ejercicio, posibilidad y necesidad de aprender a Mirar.

Mat Jacob

El viejo Antonio nos narra (en su propio lenguaje), la historia de la Mirada desde el momento en que los grandes dioses no dejaron claro, «no dejaron dicho» que los ojos eran para mirar y los primeros hombres entonces no sabían mirar, hasta que entre baile y baile, juerga y juerga, tumbo y tumbo, chocaron hombres con hombres y hombres con dioses en un caos indiferenciado, entonces, se acabó la fiesta y fue necesario enseñar y aprender a mirar.

Es un relato sencillo, profundo, con tiempo mítico y muy psicológico sobre la cualidad diferenciadora de la mirada. 

La reflexión sobre qué es mirar, cómo y a quién miro; qué se lleva mi mirada y de qué me hago responsable cuando me miro a mí mismo, da cuenta del ejercicio humano de la consciencia y la capacidad de valorar y respetar aquello que se mira: Lo otro, el otro. 

Los primeros y grandes dioses en su perfecta inconsciencia no enseñaron a mirar sino hasta que los hombres irrumpieron en su fiesta.

Me pregunto si sí hemos aprendido a mirar, si nuestros ojos pueden abrirse a otras miradas y multiplicidades antes de chocar con lo no visto, no comprendido, no conocido.

 Acá les transcribo el texto que espero miren y gocen con buenos ojos:

«Mira Capitán, hubo un tiempo, hace mucho tiempo, en que nadie miraba…

No es que no tuvieran ojos los hombres y mujeres que caminaban estas tierras. Tenían de por sí, pero no miraban.

Resulta que los dioses primeros no se preocupaban de lo que hacían, todo lo hacían como fiesta, como juego, como baile. Cuentan los más viejos de los viejos que, cuando los primeros dioses se reunían, seguro tenía que haber una marimba, porque seguro que al final de sus asambleas se venía la cantadera y la bailadera. Es más, dicen que si la marimba no estaba a la mano, pues nomás no había asamblea y ahí se estaban los dioses, rascándose nomás la barriga, contando chistes y haciendo travesuras.

Bueno, el caso es que los dioses primeros, los más grandes, nacieron el mundo, pero no dejaron claro el para qué o el porqué de cada cosa. Y una de estas cosas eran los ojos.

¿Acaso habían dejado dicho los dioses que los ojos eran para mirar? No pues. Y entonces ahí se andaban los primeros hombres y mujeres que acá se caminaron, a los tumbos, dándose golpes y caídas, chocando entre ellos y agarrando cosas que no querían y dejando de tomar cosas que sí querían. Así como de por sí hace mucha gente ahora, que toma lo que no quiere y le hace daño, y deja de agarrar lo que necesita y la hace mejor, que anda tropezando y chocando unos con otros.

Margaret Keane

O sea que los hombres y mujeres primeros sí tenían unos sus ojos, sí pues, pero no miraban. Y muchos y muy variados eran los tipos de ojos que tenían los más primeros hombres y mujeres. Los había de todos los colores y de todos los tamaños, los había de diferentes formas. Había ojos redondos, rasgados, ovalados, chicos, grandes, medianos, negros, azules, amarillos, verdes, marrones, rojos y blancos. Sí, muchos ojos, dos en cada hombre y mujer primeros, pero nada que miraban.

Y así se hubiera seguido todo hasta nuestros días si no es porque una vez pasó algo.

Resulta que estaban los dioses primeros, los que nacieron el mundo, los más grandes, haciendo su bailadera porque agosto era, pues, mes de memoria y de mañana, cuando unos hombres y mujeres que no miraban se fueron a dar a donde estaban los dioses en su fiestadero y ahí nomás se chocaron con los dioses y unos fueron a dar contra la marimba y la tumbaron y entonces la fiesta se hizo puro borlote y se paró la música y se paró la cantadera y pues también la bailadera se detuvo y gran relajo se hizo y los dioses primeros de un lado a otro tratando de ver por qué se detuvo la fiesta y los hombres y mujeres que no miraban se seguían tropezando y chocando entre ellos y con los dioses. Y así se pasaron un buen rato, entre choques, caídas, mentadas y maldiciones.

Ya por fin al rato como que se dieron cuenta los dioses más grandes que todo el desbarajuste se había hecho cuando llegaron esos hombres y mujeres. Y entonces los juntaron y les hablaron y les preguntaron si acaso no miraban por dónde caminaban. Y entonces los hombres y mujeres más primeros no se miraron porque de por sí no miraban, pero preguntaron qué cosa es «mirar». Y entonces los dioses que nacieron el mundo se dieron cuenta de que no les habían dejado claro para qué servían los ojos, o sea cuál era su razón de ser, su por qué y su para qué de los ojos. Y ya les explicaron los dioses más grandes a los hombres y mujeres primeros qué cosa era mirar, y les enseñaron a mirar.

Así aprendieron estos hombres y mujeres que se puede mirar al otro, saber que Es y que está, y que es otro y así no chocar con él, ni pegarlo, ni pasarle encima, ni tropezar.

Supieron también que se puede mirar adentro del otro y ver lo que siente su corazón. Porque no siempre el corazón habla con las palabras que nacen de los labios. Muchas veces habla el corazón con la piel, con la mirada o con pasos se habla.

También aprendieron a mirar a quien mira mirándose, que son aquellos que se buscan a sí mismos en las miradas de otros.

Y supieron mirar a los otros que los miran mirar.

Y todas las miradas aprendieron los primeros hombres y mujeres. Y la más importante que aprendieron es la mirada que se mira a sí misma y se sabe y se conoce, la mirada que se mira a sí misma mirando y mirándose, que mira caminos y mira mañanas que no se han nacido todavía, caminos aún por andarse y madrugadas por parirse»

(Relatos del Viejo Antonio.  Subcomandante Marcos).

Ángela P. Ramírez C.

2018

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