El Amor a la Madre, La Madre y el Amor. Del Arquetipo a la relación personal.

"La salud de la mujer es el terreno sobre el que crece toda la humanidad.  Mejorar la salud de una mujer fertiliza y aprovisiona ese terreno para todos, hombres, mujeres, niños, animales, plantas y el propio planeta.  El vínculo madre-hija, en toda su belleza, dolor y complejidad, forma el cimiento mismo del estado de salud de una mujer.  Esta relación primordial deja su huella en todas y cada una de nuestras células, para toda la vida."
Dr. Christiane Northrup
Delphine Cossais

Hace algunos años impartía talleres a mujeres jóvenes sobre el aspecto femenino de la vida y su relación con el cuerpo, y en esas experiencias fue siempre ineludible y casi que raíz de todo proceso, «tocar» el tema de la Madre, tanto en un nivel arquetípico fundamental como en el nivel de la relación personal Madre-hija.

Solía ser más fácil el acercamiento al ámbito arquetípico, a través de la mitología, los símbolos, las fantasías y la danza, que encarar y asumir con honestidad la fuerte y poderosa influencia del vínculo madre-hija en las vidas de esas mujeres.  Y es que «tocar» la madre, es tocar la materia, ingresar en un espacio muy inconsciente y plagado de memorias codificadas, un lenguaje muy particular en el cuerpo de cada mujer.  Y por esta misma razón, la necesidad y oportunidad entonces de propiciar el encuentro con el arquetipo de la madre para revelar y sanar la relación con la madre personal.

Sobre el arquetipo nos dice Jung :  «La madre es un arquetipo que evoca el origen, la naturaleza, la creación pasiva, (de aquí la materia, de «materia») y por tanto, también la naturaleza material, el abdomen (matriz), el aspecto instintivo, impulsivo, el aspecto fisiológico, el cuerpo que habitamos y que nos contiene; pues «la madre» es una vasija, una forma hueca (como el abdomen) portadora y nutricia; encarna también, pues, el funcionamiento vegetativo (que ella preside); psíquicamente hablando, el inconsciente, los asientos de la consciencia.  La interioridad del fruto contenido en la madre evoca, además, la oscuridad nocturna y angustiosa.» (Los Complejos y el Inconsciente. Alianza Editorial)

Ya en esta conceptualización podemos observar la magnitud y la profundidad del arquetipo materno y cómo esa información inconsciente pulsa y abarca todas las cualidades de la vida, tanto en su aspecto nutricio, como en su aspecto devorador.

El amor a la Madre:

Tenemos en nuestra cultura un legado muy ambivalente respecto a la relación con la madre, pues se nos enseñó a idealizar su amor incondicional, desconociendo su sombra y los restos de dolor en las madres «sacrificadas y dolorosas»; se nos enseñó a endiosar a la mamá, desconociendo al mismo tiempo las verdaderas cualidades divinas del arquetipo, independientes de la experiencia personal, y desconociendo las potencias de la madre interiorizada.  Paralelo a esto, uno de los asuntos más valorados y reforzados ha sido la tenencia y crianza de los hijos como una de las mayores realizaciones personales, desconociendo a su vez las cualidades maternales de cuidado y preservación en cada individuo.  Y toda esta herencia, toda esta información y todo el remanente de experiencias en contradicción estuvo y está presente en las madres, y fue y es transmitida a las hijas, quienes a su vez la llevan en sus cuerpos. 

Romper con estas cadenas es una tarea de consciencia, de reconocimiento y de amor, y más que romper, creo que se trata de un ejercicio de deshilvanar, hilo por hilo, para liberar a la madre inconsciente, estar en paz con la madre de sangre, viva o muerta, encarnar las cualidades maternas necesarias para la preservación de la vida y ser capaces de honrar-amar a la madre naturaleza.  Al deshilvanar la madeja, se puede entonces coser en el corazón de mujer un tejido suficientemente fuerte para maternar las propias obras (hijos o frutos simbólicos), activar el amor propio (acordarse de sí) y la vitalidad en el cuerpo (la salud), en la «mater».

En este sentido conviene:

  • Honrar la presencia y la fuerza de lo desconocido en nuestras vidas, honrar el inconsciente.
  • Observar a nuestra madre, humanizarla, hay que recordar que también tuvo madre.
  • Aceptar su estilo único de ser madre.
  • Reconocer qué lecciones aprendimos, sobre todo de su cuerpo.
  • Validar la posibilidad de darnos lo que no pudimos recibir de nuestras madres, de maneras creativas y conscientes.

Recordar que nuestros cuerpos y almas relatan los ritmos maternos de contención y expulsión semejantes al parto.  Es decir que aprendimos de y con nuestra madre las experiencias de nacimiento.

Picasso

La Madre y el amor:

Las mujeres con relación a su feminidad están profundamente vinculadas con los arquetipos de madre-hija, y esta vinculación ejerce una influencia directa en la vivencia del amor, pues la relación primordial con la madre, imprime una noción de amor y cuidado de sí mismas muchas veces proyectada en las relaciones con otros.  Esto por supuesto no es un asunto determinante y la relación con el padre está también comprometida, pero he observado en muchas mujeres en consulta como buscan incesantemente un amor incondicional en sus parejas, un amor de madre, que nunca podrá ser realizado por la pareja.  Y por otro lado, la excesiva identificación con los atributos cuidadores y dadores maternos hacia la pareja, esterilizando así la posibilidad de goce y placer en la relación, pues el amar no es sinónimo de dar, ni dando excesivamente a otro se nutre una relación.

Los misterios iniciáticos en la relación madre-hija, y las iniciaciones en el amor, se encuentran muy bien cifrados en el bello mito griego de Deméter y Perséfone, recomendada su lectura para quienes deseen profundizar, por ahora digamos que el amor a la madre alimenta en un continuo el amor propio y el lugar que le damos al amor en todas nuestras relaciones, además y sobre todo la relación con nuestra propia materia, con nuestro cuerpo de mujer-madre-hija; que iluminar y respetar estos misterios en nuestra biografía humana, nos abre el paso para nutrir experiencias más universales y compasivas como por ejemplo el sentirnos realmente parte de, hijas de la tierra y  hechas de su misma naturaleza.

Cerremos entonces con una plegaria:

«Madre, ¿qué poder encierra tu vientre, ¿cuál es el amor que encarnas?

Diosa madre, acompáñame en mi camino de mujer, muéstrame tus horizontes, háblame de mi amor… déjame partir niña doncella y regresar anciana sabia, para así honrarte a través de los misterios del amor.

Que tu naturaleza nutra mi cuerpo

Que tu bendición me asista

Que tu poder me fortalezca

Que tu sabiduría sea mi guía.»

Ahora y siempre.

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