El abanico de seda

Flor de Nieve y el abanico Secreto.

“la audacia de mi Laotong me hizo comprender la verdadera función de nuestra escritura secreta: no había sido concebida para que nos escribiéramos cartas ingenuas ni para que nos presentáramos a las mujeres de la familia de nuestro esposo, sino para darnos voz. El Nu Shu era un medio por el que nuestros pies vendados podían acercarnos unas a otras, por el que nuestros pensamientos podrían sobrevolar los campos.”

Lirio blanco

Esta novela de la escritora Lisa See (2005), me caló en la piel, en el alma, en los pies. Durante el recorrido por sus páginas sentí escalofríos de dolor y también reconocí la belleza.

Un camino sin pies suficientemente grandes para atravesar tristeza tras tristeza, calamidad tras calamidad, caracter tras caracter, bordado tras bordado…voluntad y fuerza en el vasto territorio del mundo interior de las mujeres.

¡Qué tanto miedo ha tenido la humanidad hacia lo femenino! y qué tan poderosa ha sido esa fuerza que ni el sometimiento, el silenciamiento, la humillación y la mordaza, han podido acallar sus misterios. Sí, hubo una época en que para bloquear su transitar en el mundo por sí mismas, para limitar su alma (cuyo símbolo, en algunas tradiciones está en los pies), las mujeres fueron vendadas; así como para limitar el placer se recurrió a la ablación; así como para limitar su belleza fue quemado su rostro, así como…..lamentablemente aún no acaba, pues todavía continuamos las propias mujeres torturando, mutilando, y lacerando el cuerpo para que el femenino, no hable, no se exprese, no nos ponga al alcance del “tirano”. Y, al hacerlo, generación tras generación, no sólo nos ponemos a su alcance, sino que además lo encarnamos, lo resaltamos y devastamos la vida. Pero lo femenino persiste, hostiga, insiste; ya a través del síntoma, ya a través de los sueños, ya como pregunta en los ojos de las niñas que entre el dolor y la belleza confunden su Ser.

Lenguaje secreto y artes sacras:

El decir del alma femenina se ha constituido la mayoría de las veces como un lenguaje secreto y cifrado como los sueños. Un lenguaje que ha tenido que recurrir a lo oculto y simbólico para comunicar su saber, dado que la “tradición” en muchísimas culturas a través de la historia, ha prohibido su transmisión por vías directas y convencionales. Pero la mujer entonces siempre ha hablado a través del grito, el canto, la danza, la poesía, el lamento, el símbolo, la imagen. En el lenguaje femenino el cuerpo también y sobre todo, es palabra, es territorio hablado en donde confluyen sus miedos, sus deseos, sus saberes.

El Nu Shu, la escritura secreta de las mujeres en china, es una de estas viejas artes dolorosamente necesarias para la supervivencia de las mujeres creada hace más de mil años; y digo dolorosamente necesarias porque sólo a través de estos códigos, caracteres y bordados utilizados para la decoración, podían compartirse los secretos más hondos del alma y su vida emocional, al tiempo que lograban vincularse con otras mujeres. Es decir, esta forma de lenguaje, no tenía como objetivo establecer lazos con los hombres ni con el mundo exterior, todo lo contrario, era un lenguaje exclusivamente femenino, íntimo y preservador del discurso interior.

A través de estos códigos las mujeres podían transmitir sus enseñanzas de vida, de mujer a mujer, creándose lazos afectivos muy profundos. Cuidaban así entonces sus vidas emocionales bajo los parámetros de la época en donde el lenguaje de la piel, la caricia, el tacto, el juego, la voluptuosidad, la seducción y la risa, quizá escaseaban. Este arte secreto, de la imagen que habla y la sutileza en su comunicación, es esencial en el transcurrir de la vida de las mujeres, por eso siempre nos veremos cada vez más convocadas a encontrar formas creativas de comunicación con el mundo y con nosotras mismas. Además del derecho ganado a pulso de nombrar y ser nombradas, también necesitamos comunicar el misterio, es decir, la mujer requiere decir lo que no se dice.

Los pies. Los lotos dorados:

La vida doméstica, la virtud, la obediencia, la habilidad manual y la maternidad solían ser los únicos valores o cualidades femeninas por excelencia y para esto quizá el vendaje de los pies, ¿para evitar que las mujeres pudieran salir corriendo de este destino impuesto y no elegido?, o tal vez los ideales de belleza y erotismo puestos en los pies en la china de ese tiempo, eran suficientes para compensar el daño, la laceración del cuerpo y la imposibilidad del movimiento.  Esto es aún una pregunta.

Vendar los pies de las mujeres para convertirlos en lotos dorados (objeto de deseo y admiración) es una costumbre que a mi modo de ver, y en un sentido profundo, da cuenta de la gran dificultad de validar el deseo propio y la libertad de transitarlo. Y esa dificultad ha sido experimentada por las mujeres época tras época, y en la mayoría de las culturas. Así que se me antoja más que reflexionar sobre las costumbres y las épocas, preguntarme por cómo camina una mujer en el mundo, ¿qué nombran unos pies en zapatos diminutos o en un tacón de plataforma? ¿Qué quiere la bailarina al pararse en puntas con otra forma de pies vendados? ¿Qué dicen los pies en la noche tras una jornada de trabajo y cuidado de los seres queridos?

¿Qué tan cercanos están los pies del alma de una mujer?

Irónicamente las mismas tradiciones orientales de medicina china afirman que en los pies además de los famosos meridianos se encuentra el mapa de todo nuestro cuerpo. ¿Qué se ha limitado entonces al vendarlos?

Laotong, mi otro yo. Hermandad de alma:

Hay una gran complejidad en la dupla femenina de las laotong o hermanas gemelas que plantea la historia del libro. Pienso que el «otro yo» como la sombra, siempre está para recordarnos la posibilidad de conocernos y elegir, asimilando el destino y la dualidad que todavía en esta dimensión nos atraviesa. Reconociendo las similitudes en las diferencias y aprendiendo de las proyecciones, las mujeres nos hermanamos, nos apoyamos o nos hacemos una gran sombra.

En los Celtas la hermandad de alma era llamada Anam cará, pero esta hermandad celta estaba muy ligada a la magia y al apoyo incondicional del amor, y no sólo se daba entre mujeres. En las Laotong encuentro una hermandad inocente, ingenua y un pacto para poder asumir la fatalidad del destino, reconocido por tradición como doloroso, así que es un pacto amoroso-doloroso. En un principio un pacto propiciado por otros, la familia, pero luego internalizado en el mundo psíquico de las niñas Laotong. No niego su profundidad y belleza, es una hermandad que me parece tenía en un sentido profundo, una función importante: proteger a las mujeres de la muerte. De la muerte en vida por un destino fatal heredado, y de la muerte buscada desde la desesperación y el cansancio, pues muchas se suicidaban o se dejaban morir.

«El otro yo» que nos habita y que proyectamos en «la otra», nos facilita el caminar en la tierra de hombres, sobre todo cuando aún no nos damos cuenta de que además de pies tenemos alas. Esta historia siempre la he visto presente en la vida de las mujeres, desde la amiguita de la infancia pasando por las actrices idealizadas, las mujeres sabias, maestras admiradas, compañeras de labor, etc,. Mujeres que en determinado momento de la vida son apoyo en el andar y en el caminar a veces lento y corto de nuestro femenino. Pero con quienes la comunicación no siempre es fácil, ni fluida, pues el lenguaje es creado por lo masculino y entre mujeres nos es extraño; entonces si tenemos suerte, además de creatividad y fluidez, podremos seguir conectando con códigos cada vez más femeninos, y así el encuentro puede ser una fiesta, una celebración, una compañía real superando todos los espejismos.

Este libro se me presenta como un abanico que se pliega sobre una-dos mujeres, unificando la vida y la muerte, los inicios y los finales, pues parteras y Carontes somos. Y en cada pliegue, un misterio develado, un milagro, un silencio, una vida de mujer.

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