Hoy amanecí pensando en las estaciones cíclicas y psíquicas

Lo primero que suelo hacer cada que abro la página de inicio de mi blog es leer la siguiente cita de Rilke:

«Creedme, todo depende de esto: Haber tenido, una vez en la vida, una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los días venideros». Rilke

Porque cada que leo esta aseveración del poeta florece un buen recuerdo en mí y tomo conciencia del clima emocional asociado a los estados de la naturaleza y a los ciclos de cambio.  Siempre he pensado que los verdaderos poetas poseen la capacidad de precisar una imagen psíquica en palabras y figuras, y qué mejor que las imágenes de la naturaleza y sus permanentes ciclos para evocar atmósferas y cambios también naturales en la emoción y el sentimiento humano.  Esto lo digo bajo la consideración de una concepción relacional intrínseca entre la psique y natura, o por qué no mencionar la relación entre el alma de la naturaleza y la naturaleza del alma.

Fotografía by Ángela Ramírez

Hoy en el hemisferio sur empieza una nueva estación: La primavera, y en el hemisferio norte:  El otoño.
La tierra toda se llena entonces de cambio en todas sus manifestaciones naturales y dependiendo de nuestra «visión de mundo» conectamos con ello o no.  Pero lo que sí es innegable es que en esos cambios estacionales se visibilizan los ciclos vitales de animales y plantas que como el mejor de los poetas muestran con precisión también las profundas y potentes imágenes del alma humana en su continua transformación.

La primavera, por ejemplo, es una estación de gran exuberancia y esperanza, es una estación «juvenil» del alma, independientemente de la edad cronológica.  Es un tiempo en donde el deseo se agita y la vida se renueva.  En los misterios eleusinos griegos es el tiempo en el que la doncella Perséfone, después de pasar su temporada en el inframundo, regresa con su madre la Diosa de la agricultura y fertilidad, Deméter,  y la tierra se renueva.

El otoño, asociado a la plenitud y madurez del año y al completamiento del ciclo de vegetación, nos remite también a la estación del alma en la cual se activan los recuerdos, se recogen las experiencias cosechadas.  En la cultura celta era una época también muy importante pues la fertilidad de la tierra rendía sus frutos. Para ellos, el año estaba concebido como un círculo con un ritmo continuo en comunión con la vida humana y sus ciclos de crecimiento y disminución.

Ahora bien, estas estaciones pueden estar presentes en el alma más de una, aunque generalmente en un momento dado, una sola predomina en la vida.  Más aún si habitamos este «trópico mortal» en donde los microciclos estacionales desbordan en intensidad y frecuencia.  En mi labor diaria atestiguo estos cambios cíclicos emocionales, aparentemente caóticos, pero en el fondo siempre conectados con un ritmo cercano a la naturaleza del trópico; vivimos las grandes espirales de cambio natural en dosis intensas y muy desconcertantes a veces, por tal razón es conveniente fortalecer la capacidad de observación y la pausa para ver y sentir las necesidades reales del alma a cada paso del tiempo.

A Medellín se le conoce, por ejemplo, como la ciudad de la eterna primavera, pero veo que muchas veces su florecimiento no concuerda con lo sembrado, ni se da en el tiempo esperado; además de esconder una resistencia a los verdaderos cambios e imponer a toda costa una peligrosa florescencia.

Podría entonces concluir con otra aseveración:
Creedme, todo depende de esto: 
Recordar con humildad el otoño en primavera y atender a todas las fuerzas de la naturaleza del cambio en nuestra alma.

Equinoccio de septiembre de 2018

Fotografía by Ángela Ramírez

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