“Dulces sueños” decía mi mamá antes de ir a la cama.
“Tuve un sueño muy raro”, se escucha en las mañanas.
“Soñé que estaba volando, ¿qué querrá decir?”, es la pregunta en la hora matutina en compañía de un café.
¡Sueños, sueños y más sueños!
El sueño como fenómeno psíquico y como manifestación de los contenidos del alma ha sido ya estudiado por la psicología, el psicoanálisis y demás, pero más allá de la necesidad de su interpretación y la búsqueda de significados, está el hecho fundamental de contarlos, narrarlos y pasarlos más que por el lenguaje, por la lengua materna, la tradición oral, para situarlos en un ámbito terrestre. Narrar, contar, no es otra cosa que referir un suceso, en este caso, del alma.
Al narrar los sueños éstos se engrandecen y se les añade sentido a las pistas/símbolos que el inconsciente envía para recrearlos en lo humano, a veces hasta con el tinte de la poesía (gran amiga de las imágenes del alma).
Un cuento del alma, eso es un sueño. Un cuento que, al narrarlo, en lugar de reducirlo a significados, se expande en imágenes y deja un cuestionamiento paradójico: “Algo en mí, que soy y no soy yo, soñó, vio, sintió algo que tiene que ver conmigo y al mismo tiempo no”. Este juego de palabras nos habla de algo que se pone en evidencia cada que un sueño es narrado: el toque o encuentro sutil entre lo consciente y lo inconsciente.
Contar historias, contar sueños es un acto mágico:
“Las historias deben decir lo que de otra manera no debe ser expresado. Ya que también encubren aquello que muestran, y su verdad se intuye como los rasgos de una mujer a través de un velo” (Bert Hellinger. El centro se distingue por su levedad)
Y son precisamente las mujeres, quienes, como contadoras de sueños en un círculo de fuego, en una cocina, en una habitación a la medianoche, en un bus, en un encuentro furtivo en la calle y en sus espacios terapéuticos narran el sentido de lo misterioso, cuentan sus historias oníricas con asombro y encanto.
Las contadoras de sueños se ocupan quizá sin saberlo, de preservar la memoria, resguardar los símbolos en sus viajes a través de todos los tiempos y sobre todo de mantener muy cerca el alma y sus fascinantes imágenes.