Un mapa, un recipiente, un territorio, una materia básica. Barro, rastro, rostro, peso, vehículo; «eso» que soy yo, pero que a veces tiranizo, alejo, esquivo, no veo o padezco. Y.…que, a pesar de todo, sigue recordando la vida, el placer y el dolor; las delicias y el deterioro. Nos informa a través de sus sentidos lo que sucede, la realidad perceptible presta a ser asumida y creada con ese pequeño milagro que es la conciencia.
El cuerpo, objeto de artistas y médicos, ese lugar misterioso en donde ocurre la vida.
Este templo en donde permanentemente se realiza la ceremonia de la vida está repleto de códigos, memorias y registros. Una constante danza celular da forma a lo informe, a la energía que pulsa sin parar mientras pasan nuestros años. La experiencia de la vida está plasmada, inscrita en el cuerpo. Sí, la experiencia y la memoria traspasan el cuerpo y sus devenires. El humano se circunscribe a él, así se esconda en los planos abstractos, el cuerpo llama a lo primigenio, al instinto. Y allí, origen y porvenir, enfermedad y posibilidad de salud.
Si queremos saber sobre nosotros mismos quizá lo más fácil sea observarnos primero en un espejo, con mirada honesta, pero no sólo desde el lugar de la vanidad o desde aquel lugar desgastado ya del culto al cuerpo «bello», sino con una pregunta abierta como «¿qué dice mi cuerpo de mí?», qué me informa mi materia, mi forma humana de la experiencia, de lo aprendido. Los silencios, las emociones, los secretos, las alegrías, las tensiones, el amor. Cicatrices psíquicas que van haciéndose físicas, maravillosas huellas.
El cuerpo humano habla, grita a veces desde la enfermedad, susurra en sensaciones sutiles, calla en sus mecanismos automáticos, pero siempre vibra como todo lo que tiene vida.
El proceso de amarse comienza por reconocerse en la estructura física, reconocer la propia forma. El color de la piel, la textura de las manos, el brillo de los ojos, la circulación de la sangre, las formas siempre irregulares que recuerdan los contornos de la naturaleza misma.
Los cuerpos son naturalmente irregulares, imperfectos, diferentes, hermosos. Un cuerpo de hombre comunica una historia distinta que un cuerpo de mujer, como también el cuerpo de un africano respecto al de un esquimal o un europeo, es decir, así compartamos una misma estructura básica: cuatro extremidades, cinco sentidos, posición erguida, etc., las variables tiempo y espacio nos hacen cuerpos vivos con historias particulares: huellas de vida. En el espacio nuestros cuerpos siempre se mueven y en el tiempo se representan y buscan continuidad.
Las formas naturales y particulares son inseparables de la belleza y de la salud, dos grandes atributos que en nuestros días son vendidos e increíblemente comercializados, es decir, ya no hacen parte del flujo natural de la existencia que se mueve entre vida, muerte, vida; sino que se obtienen por medios distintos a la conciencia, separados de la experiencia y muchas veces, negándola.
Ahora los cuerpos se construyen, no crecen, no se tolera el deterioro, se alejan de lo natural, y siguen siendo objeto enredado en la trampa consumista. Y eso que se consume nos consume. Allí no es posible la salud. Las variables tiempo y espacio ya no son sacras. No hay tiempo para descansar, ni para comer, no hay tiempo para ser; el espacio tierra está contaminado, el espacio cuerpo está enfermo. La ciencia médica avanza a una velocidad que deja atrás la posibilidad de concebir procesos y los tratamientos están listos a la inmediatez, así los diagnósticos no estén claros.
En la práctica terapéutica he observado cómo poder permitirse la exploración consciente del espacio cuerpo, reconociéndolo sagrado, es hacer un primer eco del «conócete a ti mismo» (los ritmos, los órganos, los fluidos, las señales, historias, accidentes, etc.) que nos lleva al «cuida de ti mismo» (incorporar desde la subjetividad prácticas de alimentación, ejercicio, autoexpresión, placer, etc.) para lograr ir del culto hacia el cultivo más consciente del cuerpo, la preservación de la vida y el reconocimiento de la muerte.
Si somos huellas de la vida es porque guardamos información de hace mucho tiempo atrás. No tenemos que ir más allá de nosotros mismos para descifrar ese misterio. Cada célula nos canta una canción sobre nuestro sentido, sobre el pasado y el porvenir, sólo resta escuchar a través de cada poro, hace falta volver a la sabiduría de nuestro cuerpo, sensibilizarlo y hacerlo digno de la presencia de la vida.
Ángela Patricia Ramírez C.
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