Tiemblan los dioses ante Eros. Y si tiemblan los dioses, grande es el temblor de los humanos cuando el Eros aletea, flecha y alumbra.
Eros alado.
Eros dios.
Eros monstruoso.
Eros juguetón.
Eros fugaz.
Eros carne.
Eros motor. Eros creador.
Eros enamorado de su psique (alma), quien lo reconoce quemándolo con su fuego y señalándole aquella condición de lo humano: La vulnerabilidad, entendida ésta no como indefensión sino como apertura riesgosa (enfrentando miedo) al amor. Decimos pues que sólo ama quien se pone vulnerable (va más allá del ego), se permite ser afectado, tocado, movido, vivido en el amor.
Eros y psique en su mágico encuentro se vulneran uno al otro: Eros como dios que ama-inicia y psique como alma que reconoce sus límites en el amor. Esta danza mítica me lleva a ver las imágenes:
Psique mariposa, Eros alado. Psique virgen, Eros iniciador. Psique desconectada y desconocida de sí, Eros perturbador e incitador de conocimiento. Psique se agita, Eros vuela. Psique puente, Eros cruce. Psique al filo de la muerte, Eros confrontado en su condición de dios.
Es el alma entonces quien se despierta en su relación con Eros, hace sus trabajos, lleva a cabo sus tareas, se reconoce humana en relación con lo sagrado y divino; con eso Otro que le señala la muerte para recuperar lo vital, la transformación, lo nuevo. De esta manera, el sufrimiento en las relaciones amorosas huele a rosas y puede ser lo más fecundo y creativo, si se está en apertura, porque el alma pasa con Eros de crisálida a mariposa y se entera, recuerda, su condición de continua transformación.
Psique se hace alma y Eros se enamora, paradoja eterna que nos arroja al misterio de las relaciones de pareja, filiales y fraternas. El amor, como dios del alma apunta a que ésta se mueva, lanza las flechas pertinentes para no sólo penetrar y herir, sino para juntar, unir nuestras realidades separadas y crear Obra (conciencia-creatividad); a veces con otro de carne y hueso, pero sobre todo con nuestras propias zonas sombrías, con esos espacios vírgenes o demolidos en historias del pasado; allí está Eros incitándonos con su fulgor y turgencia, quizá a recuperar primero nuestro propio recuerdo, es decir, nuestro amor propio.