Sobre la edad de las mujeres

Sueño, luna y esperanza.

Sobre la edad de las mujeres

Hablar sobre las mujeres y su historia sólo es posible hurgando y escudriñando entre las rendijas del tiempo y las experiencias no contadas o mal contadas, o contadas a medias, o contadas por otros, por lo general hombres, pero siempre experimentadas por quienes las vivieron: Las mujeres. Aquellas quienes han escrito la historia en sus pieles, quienes han padecido la historia humana también en su piel y que han hecho memoria, canto y saber en su paso por esta tierra.

Desde nuestras diosas y madres de la antigüedad, pasando por las reinas, sacerdotisas, sanadoras, parteras, herbolarias y por supuesto las brujas, siempre las brujas; las mujeres reúnen características en sus roles, posturas y formas de entender y moverse en el mundo, como por ejemplo, el hecho de ser dadoras de vida y asemejarse a la tierra; y al mismo tiempo Saber de la muerte en sus cuerpos.  

La liseuse. Jean Jacques Henner

Vientre y tumba, sexualidad y poder, exuberancia en las formas y contradicción en el comportamiento.  Constructos todos estos que dentro del discurso de occidente se han equiparado a lo perverso y malo, dado el temor a esa fuerza eterna  de la naturaleza que en ellas, en nosotras, siempre se actualiza:  la fuerza de la transformación.

Maldita y bendita, la Canción de Eva es doble y por fortuna parece que el miedo heredado a esa ambigüedad, incluso en las mismas mujeres, ya se está menguando y el poder de la Sabiduría de muchas y sobre todo de la tierra misma, se revela y se rebela.

Entre las mujeres más «históricas», contadas por la historia oficial, muchas existieron y muchas otras también fueron inventadas. Pero  todo su legado, antes susurrado y camuflado en cocinas, baños, fuegos fatuos, secretos, canciones, chismes y recetas, es posible rastrearlo hoy en la mitología, la literatura, los cuentos, la música y para quienes tienen suerte, en los ojos de las ancianas de las familias y en el «lado B» de la historia familiar.

Isolda, Leonor de Aquitania, Hildegarda von Bingen, Isabel la Católica, Lilith, Hipatia, Safo, Sor Juana Inés de la Cruz, Catalina la Grande, Morgana, entre muchas otras; reinas, sanadoras, brujas, brujas, brujas:  Sabias.  Con artilugios, sortilegios, inteligencia, amor, pasión y una enorme capacidad de observación lograron atravesar los intersticios de sus tiempos y brillar hasta nuestros días siendo amadas y odiadas.

Lady with cape. Klimt


Las mujeres han sabido y saben del cambio y la transformación, por eso también saben Esperar.  Saben esperar con y sin esperanza.  Esperan la vida en los nacimientos y esperan la llegada de la muerte en los ciclos propios y de sus seres amados.   La edad de las mujeres está por fuera del tiempo lineal y está cifrada en el tiempo de las experiencias marcadas en la piel del corazón. Se les enseñó a temer al paso del tiempo, y por ello quizá también han sido expertas en camuflar y engañar a ese implacable con la sabiduría de la naturaleza puesta a su servicio.

El alma de la mujer, tan cercana a la naturaleza, se vale de ésta para sanar, embellecer, alimentar, jugar, cuidar, defenderse y cambiar de forma. Dicen que las brujas ni se quejan, ni tienen edad; yo pienso que como todos los seres humanos sufren y envejecen, pero juegan con el tiempo cíclico y reflejan múltiples edades.

Por todo esto, hoy me place celebrar el hecho de habitar un cuerpo de mujer y hacer parte de una historia compartida. Quiero celebrarlo con un bello texto escrito por un hombre que ha tocado con delicadeza, cautela y sencillez la experiencia del tiempo en la edad de las mujeres.  Si bien la historia de las mujeres ha sido muy mal contada por hombres ajenos a la profundidad y al misterio, existen algunos, generalmente poetas, que en conexión con su femenino, honran esa voluptuosidad y extrañeza de la mujer, y es delicioso leerlos. Acá una receta muy al estilo de las viejas y sabias brujas:

«Los cambios más importantes de nuestras vidas ocurren de manera casi imperceptible; se realizan mediante una paulatina acumulación de detalles que, separados uno por uno, no parecen significar nada, pero que de repente, juntos, se nos manifiestan en todo su tamaño y con toda su tremenda carga de transformación.  Los cambios de la edad (pasar de niñas a adolescentes a mujeres adultas a señoras viejas), aunque sucede en un proceso continuo y lento, los percibimos a saltos, como si fueran cambios discontinuos, repentinos. 

Cada día que pasa, aislado, no significa casi nada, peros esos días que se aglomeran  para formar los años y los decenios, esos pacientes días van dando forma a nuestro rostro. (…) Días hay que las mujeres amanecen lindas y días hay que sería preferible no haberse levantado.  Así les pasa a todas  y el mal no está en los ojos.  La tez es caprichosa y a su antojo varía la facciones.  No importa que la gente aún  te reconozca.  Tú sabes y yo sé que hay días en que no eres la misma.  El tiempo a veces corre hacia adelante (te ves más vieja), y a veces retrocede.

Para esa pesadumbre de los días en que el tiempo parece haber corrido por tu cara mucho más de la cuenta, no hay receta.  No se cura el estupor ante el espejo.  Lávate, sin embargo con agua helada el rostro; si no da resultado, con agua muy caliente; si el mal persiste, con agüita de rosas, si el disgusto no cesa, ponte unas gafas negras y cambia de peinado.
Pero lo mejor es poner la cara al sol por diez minutos, esperar la noche y dormir doce horas.  Sueño y sol y esperanza, no lo dudes, obrarán maravillas para el día siguiente.  A cualquier edad, incluso en la postrera, es posible lograr que el tiempo de tu cara retroceda.  Para lograrlo hay que recuperar tus gestos del pasado; para recuperarlos hay que volver a los sabores olvidados de la infancia».
(Héctor Abad Faciolince. Tratado de Culinaria para Mujeres Tristes)

Sueño y sol y esperanza para la piel del rostro. Sueño, luna y esperanza, diría yo, para la piel del alma de la mujer.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *