PELÍCULA: EL SEÑOR IBRAHIM Y LAS FLORES DEL CORÁN

FRANCIA,  2003

FRANCOIS DUPEYRON.

94 MIN

GLOBO DE ORO MEJOR PELÍCULA DE HABLA NO INGLESA.

OMAR SHARIF, PREMIO MEJOR ACTOR EN FESTIVAL CESAR.

BASADA EN UN LIBRO Y OBRA DE TEATRO.

Alguna vez leí que la experiencia de un ser humano se enriquece si tiene a lo largo de su vida al menos un amigo o una relación cercana con un niño o menor de edad, si tiene también al menos un amigo anciano, un amigo en el reino animal y un amigo  en el reino vegetal.

Recordé esto viendo la película del Señor Ibrahim y las flores del Corán, pues es una clara reflexión sobre las relaciones más allá de las diferencias (generacionales e ideológicas en este caso). Una delicada atención a la amistad y algo muy preciado que puede surgir cuando nos topamos con la sabiduría ya sea en un libro, en un lugar, una tradición,  pero, sobre todo, y mucho mejor, en alguien con quien realmente te encuentras.

El señor Ibrahim y las flores del Corán es la novela más conocida de Eric-Emmanuel Schmitt. Escritor belga quien construye una historia emotiva y humana en un escrito corto (menos de 100 páginas). Un gran referente de la novela contemporánea francesa.

Este texto llevado al teatro y al cine, logra comunicar una tradición tan particular como las enseñanzas del Corán de una manera muy sencilla, más no por ello menos profunda en el escenario de los años 60, en un barrio marginal de París y en las conversaciones entre un adolescente Judío y un viejo Musulmán.

Para mí una de las flores del Corán es el sufismo, rama filosófica y mística del Islam.  Los sufíes buscan llenarse, embriagarse con la presencia, la experiencia del amor y el sobrecogimiento por la belleza.  Buscan una mística interior en el sólo hecho de estar vivos, en la naturaleza, las personas, el arte y la devoción.  Los sufíes cultivan la danza, la poesía, la música y todas expresiones que posibiliten conexión y unidad.  Si bien esto no es literal en la película, sí es telón de fondo en una historia que exalta lo pequeño, lo tierno, simple y cotidiano en sus personajes.

La dupla arquetipal Puer – Senex  (anciano sabio y niño) no tiene pérdida, pues une en un diálogo inacabado los inicios y los finales, la juventud y la vejez, la inocencia y la sabiduría, lo que va pasando en ellos y entre ellos, en el movimiento  continuo de la vida y sus más grandes pequeñeces.

No me suelen gustar mucho las películas con niños, ni con frases de cajón, ni mucho menos cuentos muy morales (excepto los de Rohmer); pero esta película, independiente de sus fallos, me gustó mucho, como una pequeña fábula, con una  buena historia, personajes bien desarrollados, música y cuidada fotografía; y esa sensibilidad que te hace notar que allí, en donde no parece que suceden grandes cosas, hay un corazón girando como un derviche.

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