«Tienes que darte cuenta de que algún día vas a morir, hasta que no hagas eso, eres inservible».
Tyler Durden
Muchas personas me han preguntado sobre la meditación, sobre cuál es la manera más apropiada, qué técnica, qué tipo de método, postura o filosofía para lograr ese anhelado y a la vez temido «silencio de la mente».
Yo empiezo respondiendo que meditar está quizá más relacionado con la aceptación y observación desidentificada de ese anhelo: una mente silenciosa. Entiendo esta reiterada pregunta en las consultas como una consecuencia del exceso de ruido interno y externo en estos tiempos, al igual que con una necesidad de restablecer un vínculo con algo más numinoso, si se quiere, sagrado, que parece facilitarse en espacios y estados de silencio. Pero ¿quién se vincula con qué?, he ahí la cuestión y lo atinado de la práctica meditativa para entrar, habitar y tal vez lograr un poco vivir el misterio y su totalidad.
La meditación es una habilidad que se desarrolla sólo y exclusivamente en su ejercicio mismo: en la práctica, como casi todas las grandes habilidades. Se aprende a amar amando, a escribir escribiendo, a vivir viviendo y a morir… muriendo.
Caminos y técnicas por supuesto existen muchos y adecuados para cada practicante, por ello siempre recomiendo explorar, ir hacia las fuentes principales, sobre todo ahora que a la meditación la incluyen en los paquetes completos de yoga, veganismo, iluminación y salvación por ahí derecho, del mercado «espiritual»; y como precisamente estas ofertas también hacen mucho ruido, mi principal recomendación entonces es ir hacia adentro, respirando con atención por un lapso de tiempo establecido, empezando poco a poco, tolerando el no saber y el ir hacia ninguna parte. En este sentido, la meditación me parece una actividad bellamente psicológica pues en ese ir hacia adentro lo que primero tiende a aflorar son los contenidos de nuestro inconsciente personal y allí nos podremos quedar un buen rato.
Mi recorrido en estas lidies inició, como ya lo saben muchos, con el movimiento; al principio de la práctica sólo me era posible meditar en acción, meditar bailando, danzas sufíes por ejemplo, o con ejercicios de respiración consciente, después la Meditación Trascendental me ayudó a incorporar una disciplina de diario y tiempos específicos, muy difícil, pero palpables los resultados en el sistema nervioso y precioso el uso de los mantras. Con la meditación Zen aprendí la fuerza y el poder de la postura y por fin el famoso y muy sonado concepto de Aquí y Ahora; y con la meditación Kundalini, el reconocimiento de la energía vital y su sagrado flujo. Hago esta exposición para compartir una ruta que a mí me sirvió, un ritmo que se iba abriendo con las experiencias y exigencias de la vida.
Hoy puedo decir que mi mejor y más inmediata práctica meditativa es el constante y continuo recuerdo de la Muerte, apelar diariamente a la consciencia de la Muerte propia y ajena.
Haciéndolo y tratándolo de hacer una y otra vez logro esos chispazos de lucidez asociados a la meditación: atestiguarse, darse cuenta, parar el diálogo interno, observar y observarse, afinar el vínculo con lo invisible, aceptar y Estar Siendo.
Reflexionando sobre esta asociación entre muerte y meditación me encontré con esta profunda y contundente cita de Ken Wilber que me animó a escribir y a invitarles a meditar en y desde la propia muerte, en la finitud y la infinitud:
«Toda práctica espiritual es un ensayo, y en el mejor de los casos, una actuación de la muerte. Como los místicos lo ponen «si mueres antes de morir entonces cuando mueras no morirás». En otras palabras, si en estos momentos mueres a la sensación de un ser separado, y descubres en vez de eso el ser superior que es el Kosmos en su totalidad, entonces la muerte de este cuerpomente particular no es más que una hoja cayendo del árbol eterno que eres.
Meditar es practicar la muerte en este momento, y en este momento y en este momento, descansando en el testigo eterno y desidentificándote con el ser finito objetivo y mortal que puede ser visto como un objeto. En el testigo vacío, en el gran no nacido, no hay muerte, no porque vivas por siempre en el tiempo, no será así, sino porque descubres la eternidad del momento (…). Cuando descansas en el gran no nacido, de pie libre como el testigo vacío, la muerte no cambia nada esencial. Aun así, cada muerte es muy triste a su manera».
Ken Wilber, One Taste.
Entonces bien sea que medites en el silencio de la luna, en tu respiración, en tu movimiento, con o sin mantra, con o sin postura, con o sin gurú. Medita, medita, medita. Muérete un poquito en silencio. Nútrete del misterio que es indecible y por eso para escucharlo es necesario al menos un pequeño y bien definido espacio de silencio interior.