Los bordados de Valeria

Bordar, coser, hilar son prácticas profundamente psicológicas y acciones asociadas a la vertiente femenina de la vida; y en muchas mujeres se constituye también como una herencia de sabiduría que hace eco de los movimientos arquetípicos de diosas como Isis, al remendar, reunir y coser de nuevo el cuerpo de Osiris devolviendo su vida; mujeres mitológicas como Penélope, tejiendo en el día y destejiendo en la noche como estrategia para protegerse del asedio de los pretendientes en la ausencia de Ulises; y el famoso hilo de Ariadna, guía para Teseo en su salida del laberinto.

Además de estas imágenes mitológicas y su sentido simbólico, el tejido y la acción de tejer es un acto en sí mismo unificador, vincular, conector de áreas separadas o desconocidas en el alma femenina.  Las mujeres saben y cosen la vida en sus prácticas cotidianas, en el encuentro, en la intimidad, en el trabajo y muy especialmente, en los actos creativos que alimentan y nutren su alma. 

Siempre he pensado en el arte como gran catalizador, promotor y transformador de la vida, y al artista como un viajero entre las imágenes internas (psíquicas) y externas (experiencias).  El artista usa el puente de su alma y sus emociones para crear obra.  Hace tejido vivo.

Tejer con imágenes y tejer las imágenes es una vía entonces doblemente creativa.  Y esta es la apuesta y propuesta de Valeria Duque, fotógrafa y bordadora de imágenes.  Ella ha encontrado en el bordado de sus fotografías una puerta para acceder a un tiempo meditativo en la acción, una conexión con su alma femenina, deshilando viejas estructuras de búsqueda de perfección y recomponiendo su capacidad creadora en formas más expresivas y dichosas para su momento presente.

Fotografía by Valeria Duque

Es un gusto presentarles estas imágenes y el relato honesto y profundamente reflexivo de Valeria:

«Por estos días de cuarentena llegó a mí la información de que existe un sistema de clasificación de los tipos de personalidades humanas que se llama Eneagrama. Según este sistema hay 9 tipos de personalidades, y como es natural, me dio curiosidad de leer las características de todos para saber cuál era el mío. No tuve que leer mucho, me encontré de primera en el “Eneatipo 1”.

La descripción corta de las personas Eneatipo 1, según Borja Vilaseca, uno de los promotores de este sistema, es:

 “Son personas para las que nada nunca es suficientemente perfecto. De ahí que sean tan autoexigentes y críticas consigo mismas. Su aprendizaje pasa por transformar la ira en serenidad, aceptándose tal como son.”

Fotografía by Valeria Duque

Más allá de si el sistema me parece válido o no, sí me sentí muy identificada con muchas de las cosas que dicen sobre este tipo de personas, mi tipo de personas; Toda mi vida ha estado marcada por una búsqueda constante de la perfección y la consiguiente frustración cuando no lo logro, o las cosas no salen como yo espero.

Tal vez por esto, a pesar de sentir siempre una necesidad de expresarme creativamente, no perseguí una carrera que tuviera que ver con el ámbito de la creación. Siempre fui terrible para las manualidades: no se dibujar, cuando coloreaba me salía de los bordes, en el colegio me dieron clases de costura que siempre perdí espectacularmente porque los nudos de los hilos me daban rabia y tampoco le veía un uso o un fin a la costura y terminaba entregando los trabajos mal hechos o sin terminar.

A la hora de escoger una carrera, fue obvio que debía enfocarme en lo que sabía hacer bien: estudiar, preferiblemente una ciencia, algo totalmente racional y fue así como llegué a estudiar medicina veterinaria y fue así como estando en la mitad de la carrera, empecé a tener ataques de pánico las clases, a cuestionarme mi elección. Había algo por dentro que me decía que no debía estar ahí.

Faltando un año para graduarme hice un curso de fotografía básica, y fue como un rayo… Inmediatamente supe que esto era lo que quería hacer. La posibilidad de una profesión creativa que no dependía de mis habilidades manuales, esa magia de, por medio de la ciencia, de una máquina, poder manipular la luz, poder crear, fue algo que me abrió una puerta que nunca había considerado.

El resto es historia, hace 15 años que me dedico a la fotografía y abrir esta puerta a mi creatividad me ha llevado por corredores mucho más nutritivos como descubrir la práctica de yoga, la conexión femenina con la naturaleza, y la importancia de conocernos e investigarnos profundamente y de tomar consciencia de lo que nos forma, qué nos gusta y qué no tanto y cómo cambiarlo (que es una lucha constante).

Andando por estos corredores me topé un día con la posibilidad de una clase de bordado. Podría decir que mi personalidad tipo 1 ya venía un poco aplacada por los encuentros con las prácticas que he mencionado arriba, pero no por eso se había perdido esa esencia perfeccionista y juzgadora. Decidí entrar a la clase de bordado porque me dije a mi misma: “seguramente no vas a ser la mejor de la clase, pero es una oportunidad de hacer algo sólo por el disfrute que trae y para, precisamente, hacerlo mal y ver que no pasa nada”.

El bordado fue otra puerta, la puerta a conectarme con el “hacer por hacer” sin ningún objetivo, sólo con el fin del disfrute, sin expectativas. Algo que para alguien como yo es muy difícil de concebir. La oportunidad de reírme de mi misma, de valorar lo imperfecto por el hecho de ser construido con amor, con empeño, de reconocer que en los errores se va viendo el progreso, que se puede aprender, se puede cambiar, y no para ser perfecta sino para estar más tranquila.

Cuando empecé a bordar, me maravillaba, y aún me maravillo, con las cosas que se pueden hacer con el hilo, los volúmenes que se pueden crear, lo que se puede comunicar con las elecciones de los colores, la creación de universos imposibles, la total libertad de todas las posibilidades que da esta práctica, tan artesanal, tan ancestral, tan femenina por tradición.

Me encontré con ideas muy buenas para mi trabajo, para mi vida, bordando. Porque bordar es entrar en una especie de meditación en la que el hilo va construyendo y la mente va volando. Las manos repiten y los pensamientos se relajan, se flexibilizan. Y ni que decir de esos espacios de bordado colectivo con mujeres, siempre llenos de compartir, de aprender, de acompañar, de aconsejar, de ser aconsejada, de formar vínculos. Algo que necesitamos mucho en esta época, en este mundo, en este país.

Desde el primer momento en que tomé una aguja siempre pensé que sería tan lindo poder bordar mis propias fotos. La fotografía tiene eso de que está muy vinculada a las cosas como son, como existen, porque el sujeto que emite la luz es el que queda registrado por la cámara, no se puede fotografiar lo que no existe, se pueden manipular las fotografías para crear cosas que no existen, pero entonces son otra cosa, ya no son fotografías en su esencia.

A través del bordado en papel me encontré con una herramienta para intervenir mis fotos, para volverlas eso que yo llevaba por dentro desde siempre: mundos femeninos llenos de naturaleza, atuendos de otras épocas imposibles de replicar en el plano real, expresiones gráficas de una idea, de un sentimiento, que a veces se pierden en la veracidad de la fotografía.

Fotografía by Valeria Duque

Empecé a bordar mis fotos en papel en el contexto del aislamiento del Coronavirus, una época de una montaña rusa de sentimientos para todos. El bordado me ha mantenido cuerda, me ha mantenido tranquila, he bordado literalmente hasta enfermarme (una tendinitis bilateral de los brazos que me tuvo parada casi un mes) pero a pesar de esto siempre vuelvo, al papel, a perforar cada puntada con un punzón hecho en casa, a ver pasar el hilo con una cadencia constante, que va construyendo a su paso lo que imagina mi alma. El mundo afuera me bombardea con mucha información, muchas noticias preocupantes, pero aquí frente al papel, con las hebras y las agujas estoy en paz, las posibilidades son infinitas y mi mente encuentra sosiego y perspectiva, encuentra celebraciones de la belleza y de la imperfección, de la naturaleza, de la riqueza de lo doméstico y de lo artesanal, y de la sabiduría a la que sólo se accede con una mente tranquila y un corazón en calma.

Fotografía by Valeria Duque

Termino esto con un texto de Elena Bernabé que me compartió mi mamá hace poco:

Se cose, niña mía.

«-Nona, ¿qué se hace cuando se está desesperada?

 -Se cose, niña mía. A mano, lentamente, disfrutando cada puntada creada con nuestros dedos.

 – ¿Coser aleja la desesperación?

 – No, cosiendo tú la decoras. Las miras de frente. La afrontas. Le das forma. La atraviesas. Y vas más allá.

 – ¿De verdad, es tan potente coser a mano?

 – Claro, querida. La gente no cose más y por eso está desesperada. Las modistas saben que con la aguja y el hilo pueden afrontar cualquier situación oscura logrando crear además maravillosas obras de arte. Mientras mueves tus manos, mueves tu alma de un modo creativo. Si te dejas transportar por el ritmo repetitivo de los remiendos y del bordado, entras en un verdadero estado de meditación. Llegas a alcanzar otros mundos. Y la maraña de hilos emotivos de tu interior se suaviza. Sin hacer ninguna otra cosa.

 – ¿Qué se aprende cosiendo?

 -A afrontar cada cosa. Nada más. Sin pensar en lo sucesivo. Se hace foco sobre el presente, en cada puntada. Que es, justamente, lo que se nos escapa en la vida cotidiana. Estamos desesperados porque pensamos siempre en el futuro. Y haciendo eso el bordado sale disarmónico, confuso y poco cuidado.

 -Sí, nona, pero las preocupaciones y los miedos… ¿Cómo se hace para vencerlos con la costura?

 -Niña mía, no los debes vencer. Solamente los debes recibir. Y comprenderlos. Cosiendo, armas la trama de la vida con tus manos, eres tú la que crea el traje justo para ti misma. Cosiendo te conectas con ese hilo sutil que pertenece a toda la humanidad y a sus misterios. Cosiendo te transformas en una araña que teje su tela mientras cuenta silenciosamente al mundo todos los secretos de la vida. Cruzando los hilos, cruzas tus pensamientos, tus emociones. Y te conectas a lo divino que hay en ti y que sostiene en la mano el principio del hilo».

Valeria Duque.