Muerte · Vida
Muerte, tránsito, camino desconocido, ruta del alma. Fiel compañera en vida, susurro permanente de lo impermanente. Muerte cambio.
Entiendo la muerte como una profunda y continua transformación, de formas, contenidos y procesos.
Psicológicamente hablando, son constantes los procesos de muerte:
morimos cuando se terminan ciclos, cuando perdemos algo amado, cuando trascendemos etapas en el desarrollo, cuando decimos adiós, cuando afrontamos y aceptamos un cambio.
Es pues la muerte un continuo en la vida, es pues la vida un ir muriendo, como decía Borges: «La muerte es una vida vivida, la vida es una muerte que viene».
Y cuando viene la muerte física, nos encontramos con lo implacable, con la transfiguración de la materia, con la vulnerabilidad y finitud del cuerpo.
Considero muy valioso aprender y ejercer el arte de decir adiós, el arte de morir conscientemente, el arte de avivar la muerte, tanto en los procesos de duelo por pérdidas y cambios, como también en el tránsito final del desprendimiento, en el viaje último hacia lo desconocido.
Como el buen amar, el buen morir es humano, valioso y necesario cuando en general, se tiende a banalizar la muerte y a no honrar su misterio. Quizá ese misterio radique en su inexistencia como fatalidad y en su constante presencia como otras formas de vida, como continua transformación.
«No te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos soplando.
Como un diamante en la nieve, brillando.
Soy la luz del sol sobre el grano dorado.
Soy la lluvia gentil del otoño esperado.
Cuando despiertas en la tranquila mañana, soy la bandada de pájaros que trina.
Soy también las estrellas que titilan, mientras cae la noche en tu ventana.
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando,
No estoy allí. Yo no morí”.
(Poema nativo americano).
Meditar en silencio la muerte
«Tienes que darte cuenta de que algún día vas a morir, hasta que no hagas eso, eres inservible».
Tyler Durden
Muchas personas me han preguntado sobre la meditación, sobre cuál es la manera más apropiada, la técnica, el método, postura o filosofía para lograr ese anhelado y a la vez temido «silencio de la mente».
Yo empiezo respondiendo que meditar quizá esté más relacionado con la aceptación y observación desidentificada de ese anhelo: una mente silenciosa. Entiendo esta reiterada pregunta en las consultas como una consecuencia del exceso de ruido interno y externo en estos tiempos, al igual que con una necesidad de restablecer un vínculo con algo más numinoso, si se quiere, sagrado, que parece facilitarse en espacios y estados de silencio. Pero ¿quién se vincula con qué?, he ahí la cuestión y lo atinado de la práctica meditativa para entrar, habitar y tal vez lograr un poco vivir el misterio y su totalidad.
La meditación es una habilidad que se desarrolla sólo y exclusivamente en su ejercicio mismo: en la práctica, como casi todas las grandes habilidades. Se aprende a amar amando, a escribir escribiendo, a vivir viviendo y a morir… muriendo.
Caminos y técnicas por supuesto existen muchos y adecuados para cada practicante, por ello siempre recomiendo explorar, ir hacia las fuentes principales, sobre todo ahora que a la meditación la incluyen en los paquetes completos de yoga, veganismo, iluminación y salvación por ahí derecho, del mercado «espiritual»; y como precisamente estas ofertas también hacen mucho ruido, mi principal recomendación entonces es ir hacia adentro, respirando con atención por un lapso de tiempo establecido, empezando poco a poco, tolerando el no saber y el ir hacia ninguna parte. En este sentido, la meditación me parece una actividad bellamente psicológica pues en ese ir hacia adentro lo que primero tiende a aflorar son los contenidos de nuestro inconsciente personal y allí nos podremos quedar un buen rato.
Mi recorrido en estas lidies inició, como ya lo saben muchos, con el movimiento; al principio de la práctica sólo me era posible meditar en acción, meditar bailando, danzas sufíes por ejemplo, o con ejercicios de respiración consciente, después la Meditación Trascendental me ayudo a incorporar una disciplina de diario y tiempos específicos, muy difícil, pero palpables los resultados en el sistema nervioso y precioso el uso de los mantras. Con la meditación Zen aprendí la fuerza y el poder de la postura y por fin el famoso y muy sonado concepto de Aquí y Ahora; y con la meditación Kundalini, el reconocimiento de la energía vital y su sagrado flujo. Hago esta exposición para compartir una ruta que a mí me sirvió, un ritmo que se iba abriendo con las experiencias y exigencias de la vida.
Hoy puedo decir que mi mejor y más inmediata práctica meditativa es el constante y continuo recuerdo de la Muerte, apelar diariamente a la consciencia de la Muerte propia y ajena.
Haciéndolo y tratándolo de hacer una y otra vez logro esos chispazos de lucidez asociados a la meditación: atestiguarse, darse cuenta, parar el dialogo interno, observar y observarse, afinar el vínculo con lo invisible, aceptar y Estar Siendo.
Reflexionando sobre esta asociación entre muerte y meditación me encontré con esta profunda y contundente cita de Ken Wilber que me animó a escribir y a invitarles a meditar en y desde la propia muerte, en la finitud y la infinitud:
«Toda practica espiritual es un ensayo, y en el mejor de los casos, una actuación de la muerte. Como los místicos lo ponen «si mueres antes de morir entonces cuando mueras no morirás». En otras palabras, si en estos momentos mueres a la sensación de un ser separado, y descubres en vez de eso el ser superior que es el Kosmos en su totalidad, entonces la muerte de este cuerpomente particular no es más que una hoja cayendo del árbol eterno que eres.
Meditar es practicar la muerte en este momento, y en este momento y en este momento, descansando en el testigo eterno y desidentificándote con el ser finito objetivo y mortal que puede ser visto como un objeto. En el testigo vacío, en el gran no nacido, no hay muerte, no porque vivas por siempre en el tiempo, no será así, sino porque descubres la eternidad del momento (…). Cuando descansas en el gran no nacido, de pie libre como el testigo vacío, la muerte no cambia nada esencial. Aun así, cada muerte es muy triste a su manera». Ken Wilber, One Taste.
Entonces bien sea que medites en el silencio de la luna, en tu respiración, en tu movimiento, con o sin mantra, con o sin postura, con o sin gurú. Medita, medita, medita. Muérete un poquito en silencio. Nútrete del misterio que es indecible y por eso para escucharlo es necesario al menos un pequeño y bien definido espacio de silencio interior.